La tradición de festejar los cumpleaños con un pastel tiene raíces antiguas: sumerios, egipcios, persas, babilonios, griegos y romanos, lo hacían desde hace más de cinco mil años. ¿Pero cuál era el propósito de este ritual? Aquí te lo contamos.
Un pastel de cumpleaños para el faraón
En el antiguo Egipto, las celebraciones de cumpleaños eran un privilegio reservado a la realeza. Los faraones organizaban grandes fiestas cada año para conmemorar el nacimiento de algún miembro de su familia. Sin embargo, esta práctica no era común entre las clases bajas o las mujeres, aunque hay registros de una excepción: la reina Cleopatra II.
Una torta de harina y miel para Artemisa en su cumpleaños
La antigua Grecia reservaba las fiestas de cumpleaños para los hombres adinerados. Según sus creencias, cada individuo contaba con un espíritu protector vinculado al día de su nacimiento y a la divinidad correspondiente. Estas costumbres, impregnadas de superstición, otorgaban a los cumpleaños un significado místico.
Otro antecedente está en un ritual dedicado a Artemisa, deidad de la luna, los animales y la caza. De acuerdo con el escritor ateniense Filócoro, los seguidores de la Diosa celebraban cada mes su nacimiento. Estas celebraciones incluían una torta de harina y miel adornada con velas encendidas, representando el brillo de la luna. Con este ritual, se honraba a Artemisa para que hubiera luz de luna en la Tierra.
Este es el significado de las velas en el pastel de cumpleaños
La costumbre de colocar velas en los pasteles tiene un origen más oscuro. En el pasado, se creía que los cumpleaños eran momentos vulnerables, por lo que el fuego se utilizaba como protección para alejar a los espíritus malignos. Además, se pensaba que el humo de las velas ascendía al cielo llevando las plegarias del festejado.
Otra explicación sobre las velas de cumpleaños nos lleva hasta Alemania del siglo XVIII. En esa época, se celebraba el ‘Kinderfest´, un festejo en honor a los niños, donde se utilizaban dos velas: una representaba el camino recorrido y la otra, el futuro por delante.
Estas velas permanecían encendidas durante todo el día y se reemplazaban a medida que se consumían. Al final, se apagaban de un soplo, creyendo que el humo que se elevaba llevaba los deseos del cumpleañero hasta Dios.
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